sábado, 19 de septiembre de 2009

CAMINANDO A COMPOSTELA
Nos llega un artículo aparecido en la revista PEREGRINO en el que se hace referencia al libro titulado “Caminando a Compostela”, cuyo autor es Javier Martín-Artajo Alvarez (1906-1991) licenciado en derecho y diputado en Cortes y que fue publicado por primera vez en 1954 por la Editorial Católica. Cuenta cómo hicieron los europeos por devoción el Camino de Santiago y cómo Santiago se hace en España leyenda y romance, canto de gesta y cantiga, arquivolta y arbotante, vidriera y cantoral, monasterio y código, claustro y ciudad. De la obra resalta la sencillez, fidelidad y emoción con las que narra su peregrinar gozoso sin miedo a la fatiga y al desaliento y cómo describe las tierras y pueblos que recorre, así como los hombres y mujeres con los que se encuentra.
El lunes, 15 de junio de 1926, inicia la peregrinación a Santiago de Compostela acompañado de su hermano Alberto y sus amigos Rafael y Luis Solana. Deciden ir andando desde la puerta de su casa en Madrid y siguiendo la carretera correspondiente a la actual nacional VI dispuestos a recorrer los 616 km que los separan del Pórtico de la Gloria. Tras varias etapas agotadoras se presentan en Arévalo, empalmando con la ruta del Camino del Sureste o de Levante que atraviesa la provincia de Valladolid. Hacemos un breve resumen de lo que narra el autor y caminante a su paso por estas llanuras castellanas: “En Ataquines, donde la cañada cruza la carretera, se encuentran con gitanos y con un auténtico peregrino con el que conversan. En Medina del Campo contemplan el ocaso del sol desde las almenas del Castillo de la Mota. A las puertas de Rueda hablan de su buen vino con un perito agrícola. En Tordesillas, la renombrada sede de desgraciados amores, contemplan el más bello atardecer, cerca del Duero. Pasan el km 200 y antes de la Mota del Marqués, se sienten cansados y por, un momento, hasta reniegan de la desnudez de Castilla, y al llegar le brindan hospitalidad dos distinguidas señoras, venidas a menos, en cuya casa admiran una buena biblioteca. Cerca de Villalpando ven esconderse el sol tras la sierra de la Culebra. Por las noches contemplan el cielo estrellado. Y recuerdan a otras gentes con las que se encuentran: muchachos guardando las mulas; guardas de pinares y viñas; la guardia civil, que los dejan seguir gracias al salvoconducto que portaban; las venteras o posaderas que les preparaban las comidas, destacando algunas, como la señora Teresa, en Villardefrades, como ejemplo de mujer castellana apañada y cabal, quien al despedirse les pide que recen por ella…”